Con la democratización de la comunicación, el mundo asume múltiples retos. Dada la complejidad de un sistema social en crisis y acelerado deterioro. Podemos observar como emergen de diferentes ámbitos, figuras cuya influencia coyuntural le permite actuar en nombre y a nombre de otros sin que exista una delegación expresa para tales fines.
El fenómeno de las redes sociales, sumado a un ejército vario pinto de plataformas digitales. Usados estos, para las más diversas prácticas de lo que hoy se define como “comunicación”.
La administración pública atraviesa por el gran dilema de actuar en función de la responsabilidad o dedicarse a complacer figuras dedicadas a decir y mostrar todo cuánto le haga merecedor del “aplauso” la risa, reconocimiento entre otras formas en las que le haga sentir importante y que por demás terminan siendo “influencer”.
Es necesario resaltar el asedio, atropello y la perversión que se urde, desde aquellos auto proclamados “comunicadores”, que no tienen miramientos ni control a la hora de buscar viralizar sus “genialidades” aunque con ello, pueda afectar parámetros vitales de la prudencia, el buen juicio y una genuina intención de informar.
Faride Raful ministra de interior y policía, con su estilo auténtico y carácter firme y tenaz, ha emprendo una lucha en contra de algunos temas que afectan la tranquilidad y seguridad de los ciudadanos. Para los fines a tomado medidas “odiosas” para quienes solo le importa viralizar y poco le importa la paz y tranquilidad de la gente.
Desde su llegada a las funciones que ocupa, promueve la necesidad de controlar la contaminación sónica y otros males. Decisiones que le han generado la crítica mal intencionada de quienes le interesa vivir sin reglas, mientras otros aplauden la acción como necesaria para la sana convivencia.
La tragedia lamentable y fatídica del pasado 8 de abril deja al desnudo el peligro de ser golpeados intensamente con un descomunal ataque al oído con decibeles que tanto daño hacen al medio ambiente y que hasta prueba contrario, se plantean como causas determinantes en la caída lamentable de un techo que dejó cientos de víctimas y un dolor que perdurará por muchos años.
Más allá de la crítica oportunista, dicharachera y prejuiciada, está sociedad debe concluir en la realidad de que Faride Raful arriesga, prestigio político y social para demostrar que para administrar se deben enfocar responsabilidades y no necesariamente andar en una pasarela de aplausos. Sobre todo cuando son lauros frutos de la irresponsabilidad de mirar a los lados ante la necesidad y preferir estar bien con los que tienen bocinas para presumir de una personalidad que dista mucho de lo que necesita un pueblo.
Se impone la sensatez y de paso la justicia de reconocer que con Faride Raful en sus funciones, tenemos un ministerio que no busca like, sino, soluciones que trasciendan las horas o minutos de un comentario interesado en plataformas preparadas para celebrar la inversión de valores y criticar el manejo responsable de una función pública.