las heridas de la infancia, son en definitiva, las heridas más dolorosas del ser humano que se generan los primeros años de vida principalmente, o hasta la adolescencia. Son esas huellas que nos marcan a lo largo de la vida porque nos provocan culpa, miedo o tristeza; pero, ¿sabes por qué¬? Porque cuando somos pequeños, tenemos necesidades vitales para forman una autoestima saludable, tales como: protección, seguridad, afecto, contacto físico positivo, cuidado, cariño, compañía y amor. Sin embargo, sucede que muchas veces, los propios padres o tutores nunca lo recibieron, por lo tanto, no pueden replicar esas acciones.
Por esa razón cuando me plantean cuestionantes acerca de educar a los hijos sin heridas emocionales, les respondo: Sanando tus propias heridas.
Existen 5 heridas emocionales que marcan de manera directa nuestra adultez.
La herida del abandono: La soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Por tanto, es común que en la edad adulta se experimente un constante temor a vivir de nuevo esta carencia. De ahí que aparezca por ejemplo una elevada ansiedad a ser abandonado por la pareja, pensamientos obsesivos y hasta conductas poco ajustadas por el elevado temor a experimentar una vez más ese sufrimiento. Estas personas tienen que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto físico.
El miedo al rechazo: es una de las heridas emocionales de la infancia más profundas, pues implica el rechazo de nuestro interior. nos referimos a nuestras vivencias, a nuestros pensamientos y a nuestros sentimientos. En su aparición pueden influir múltiples factores, tales como el rechazo de los padres, de la familia o de los iguales. Genera pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo. La persona que padece de miedo al rechazo no se siente merecedora de afecto ni comprensión y se aísla en su vacío interior. Para empezar a sanar tienes que ocúpate de tu lugar, de arriesgar y de tomar decisiones por ti mismo.
La herida de la humillación: Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos desaprueban y nos critican. Podemos generar estos problemas en nuestros niños diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus problemas ante los demás; esto destruye la autoestima infantil. Esto genera un adulto dependiente o ha ser tiranos o egoístas como mecanismo de defensa, e incluso humillar a los demás como escudo protector. Para sanar esta herida requiere que trabajemos nuestra independencia, nuestra libertad, la comprensión de nuestras necesidades y temores, así como nuestras prioridades.
La herida de la traición o el miedo a confiar: surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus progenitores, como incumplir promesas, no proteger, mentir o no estar cuando más se necesita a un padre o a una madre origina heridas profundas. En muchos casos, esa sensación de vacío y desesperanza se transforma en otras dimensiones: desconfianza, frustración, rabia, envidia hacia lo que otros tienen, baja autoestima. Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y que quieren tenerlo todo atado y reatado. Si has padecido estos problemas en la infancia, es probable que sientas la necesidad de ejercer cierto control sobre los demás, lo que frecuentemente se justifica con un carácter fuerte. Para Sanar las heridas emocionales de la traición requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar solo y a delegar responsabilidades.
La herida de la injusticia: se origina en un entorno en el que los cuidadores principales son fríos y autoritarios. En la infancia, una exigencia en demasía y que sobrepase los límites generará sentimientos de ineficacia y de inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta. Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, la baja autoestima, la necesidad de perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad. Para empezar a sanar, es importante trabajar la autoestima, el autoconcepto, así como la rigidez mental, generando la mayor flexibilidad posible y permitiéndose confiar en los demás.
(fuente: www.lamenteesmaravillosa)
Lic. Ana Santiago
Psicóloga clínica